?Tú y yo sabemos que muchas darían lo que fuera por estar en tu lugar... aquí, conmigo, en este momento ?dijo con una sonrisa confiada, seguro de cada palabra que acababa de pronunciar.
Lian Wilsen y River Parker no tienen nada en común. No comparten gustos, sus formas de ver el mundo son opuestas y, para ser honestos, ni siquiera se agradan. Son como el agua y el aceite: destinados a no mezclarse jamás. Pero a veces, la vida se encarga de escribir sus propios guiones, y justo cuando menos lo esperas, une caminos que parecían destinados a mantenerse separados.
Todo comenzó cuando la casa de los Wilsen quedó inhabitable tras una invasión inesperada de termitas. Sin otra opción inmediata, la familia aceptó la generosa invitación de un antiguo amigo: podían quedarse en su enorme casa mientras resolvían el problema. Lo que Lea no imaginaba era que ese amigo de su padre... era también el padre de River.
Sí, así como lo lees. El chico serio, mordaz y siempre listo con un comentario sarcástico, y el joven encantador pero algo presumido, terminaron compartiendo techo.
Te doy un momento para que lo proceses.
A partir de entonces, la convivencia los empuja a enfrentarse a más de una situación inesperada. Y entre discusiones, miradas furtivas y momentos compartidos, algo comienza a cambiar. Poco a poco, las diferencias que parecían irreconciliables empiezan a desdibujarse, dando paso a una complicidad inesperada.