El Dios del cielo y la tierra no es una deidad mezquina y avara que nos haga pasar hambre de misericordia y mendigar migajas de gracia. É l es generoso. É l no deja de dar, y en el momento que pensamos que ya no puede tener má s para nosotros, amontona todaví a má s. É l formó toda la creació n para nosotros, sus hijos e hijas. Nos colma de perdó n y vida en su Hijo, Jesú s, quien es el amor encarnado. Todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de É l. Má s aú n, el Espí ritu nos usa como sus manos y sus pies para cuidar a quienes nos rodean, a la vez que ellos nos cuidan a nosotros. Unidos a nuestro Padre por la fe, y a nuestro pró jimo por el amor, vivimos en la libertad que viene de Jesú s, cuya copa de salvació n desborda hacia nuestras vidas.