Las «bandas» o «pandillas» han reemergido con fuerza en el debate público los últimos años. Titulares morbosos sobre los incidentes más sangrientos encabezan las portadas de los medios de comunicación; parlamentarios y representantes públicos llaman al orden y a la necesidad de «contención» de un objeto social, cuya naturaleza es descrita como intrínsecamente violenta. El llamado a la «mano dura» parece ser el único medio para la contención de una juventud en conflicto. No obstante, poco se conoce acerca de cómo es la vida al interior de las agrupaciones, la diversidad de prácticas, identificaciones, sentidos y formas de cotidianeidad que habitan en los grupos de distintos territorios del globo. Poco se conocen, también, las experiencias de mediación que han acontecido en países como España o Ecuador, que abren vías de resolución a los conflictos de manera pacífica y superan la óptica criminalizadora apostando por el diálogo.
¿Qué ha funcionado y qué ha fallado de estas experiencias? ¿Es la mano dura una vía efectiva para terminar con la conflictividad juvenil? ¿Cuáles han sido los efectos del diálogo y la mediación con los grupos? ¿Qué abordajes consideramos más útiles de cara al futuro?