De sobra es conocido que el incremento de las enfermedades crónico-degenerativas está minando los recursos destinados a la salud en diversas naciones. México no escapa a ello y, como otros países en vías de desarrollo, experimenta una transición epidemiológica y nutricional; si bien en algunas zonas geográficas han mejorado algunos parámetros relativos a la desnutrición padecida por décadas, esto aún no desaparece y todavía existen, especialmente en zonas rurales del sur, una alta prevalencia de anemia, deficiencias vitamínicas y tallas bajas. Por otra parte, también se ha incrementado la incidencia de cardiopatía coronaria (infartos del miocardio) y otras enfermedades cardiovasculares que se suponía que eran un marcador de presentación en países desarrollados, pero que en México afectan por igual, independientemente del estrato social o económico, aunque es más sufrido por los que menos tienen, ya que también tienen menos acceso a la atención médica. La causa más común de esas enfermedades del corazón y los vasos sanguíneos es la aterosclerosis, que consiste en depósitos de lípidos (grasas), favorecidos por aumento en la sangre de las concentraciones de dichos lípidos. Al incremento de los niveles de lípidos se le conoce como hiperlipidemia o dislipidemia, las cuales se pueden detectar al medir los niveles de dichas grasas.