Todo libro es, por sí mismo, una buena noticia para la cultura y la superación humana. Pero cuando esa obra está escrita por mujeres de la modernidad académica de nuestro país, en plena crisis sanitaria, constituye un oasis de aliento y una fresca brisa de ensanchado optimismo intelectual. Desde siempre, las universidades han entregado estafetas ubérrimas de talento y sabiduría para el decurso y discurso generacional, pero no, de la siempre obstaculizada veta femenina y esta obra posee también ese inigualable valor, con una península extra consistente en que conjuga dos temas candentes, cortantes y de caducidad indefinida: la educación, trasunto infinito, y la gran patología del siglo de origen y destino que los científicos más renombrados han fallado en determinar. Esta obra colectiva en su presentación pero refulgentemente individual en su factura deja ya una huella imborrable en la preocupación de su época, en tanto que es la decantación de la inteligencia y el testimonio de lo que una pléyade de maestras se arriesga a proponer como estalactitas de reflexión, sin tratar de convencer o de sesgar voluntades, sino de iluminar zonas nebulosas para acercarnos a la toma de decisiones y el conocimiento sin miedos ni concesiones.